A diferencia de las plantas de hospitalización o las consultas, donde es más habitual que la gente lleve dulces, bombones y este tipo de cosas, en las áreas quirúrgicas no es demasiado frecuente. Pero cuando pasa... ¡Es un espectáculo! Como alguien haya dejado algo en el office de la reanimación, aparece por allí todo el mundo, incluida gente que no se acerca a vernos ni por obligación. Y no se comen un trocito, no. He visto ensaimadas de las grandes, de las que tienen un antebrazo de diámetro, desaparecer en catorce minutos. Catorce. Lo he cronometrado.
A ver si me entendéis, eso no me molesta. ¡Yo zampo como el que más! pero... el problema es cuando nadie ha traído nada. Lo de tener que rotular toda la comida que dejas en la nevera para que no vuele me parece tristísimo. Y que aún así vuele de todas formas, patético.
Hace unos años, supongo que porque la situción se salía de madre, el hospital llegó a un acuerdo con la empresa de cátering, y todos los días suben un par de bricks de leche para el café y un puñado de paquetes de galletas. Son paquetitos pequeños, de dos galletas como las de la foto. Dos. ¡Pues he llegado a ver a dos señores cirujanos peleándose por el último paquete!
Y eso no es lo más grave. El día en que cacé a una anestesista rebuscando entre los bolsos por si veía algo que merendar ya fue de juzgado de guardia.
Qué queréis que os diga, prefiero gastar un chispitín de mi sueldo en traerme algo de casa (y esconderlo bien) o bajar a la cafetería. Me parece pelín más digno.
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